Cinco vueltas alrededor del sol y cómo Joel Salatin te puede cambiar la vida

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Hoy voy a escribir una entrada muy personal, quizá demasiado. Pero creo que de vez en cuando merece la pena exponerse, sobre todo si el resultado sirve para algo bueno. No soy amiga del fenómeno “influencer”, esa nueva moda que consiste en enseñar todo lo bueno de uno o una en blogs y redes sociales, incluyendo poses con morritos, mascotas y picnics en la playa, a costa de formar una imagen falsa, una fachada pintada de colores bonitos que detrás esconde muchas meteduras de pata y las imperfecciones que todos, y quiero decir TODOS, tenemos. Así que vaya por delante que no espero felicitaciones ni que nadie piense que os cuento una historia personal para recibir elogios y parabienes. No los quiero, gracias.

Lo que en realidad querría conseguir es solo una cosa, que la moraleja de la historia sirva para que algunos de vosotros os deis cuenta de algo importante: Tu vida puede ser como tú quieres que sea. En mi caso, lo que yo quería era tocar tierra, literalmente. Pero para explicaros todo esto tengo que retroceder unos años…

Nací en una familia normal y corriente, hija de padres trabajadores (papá y mamá, aún me sorprendo de cuánto habéis trabajado en esta vida). Cuando tenía apenas 3 años nos trasladamos por motivos laborales desde mi ciudad natal, Bilbao, a un pequeño pueblo costero en Asturias, donde vivimos durante 5 años. Recuerdo que en aquella época yo era muy extrovertida, me hacía amiga de cualquiera y hablaba con todo el mundo. Parece que no viene a cuento, pero luego veréis que sí. La otra característica de aquella niña revoltosa era que adoraba la naturaleza. Aquí está la prueba, un dibujo de “parvulitos” en el que di rienda suelta a mi gran devoción:

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¡Ja ja! Ya en aquel entonces lo tenía muy claro, “la naturaleza es una riqueza” (¡la poesía no es lo mío!).

El caso es que un nuevo cambio de domicilio, a una ciudad mediana, supuso un trauma que no nos esperábamos ni yo ni mis padres. Nos trasladamos a un barrio de clase obrera en Gijón, y ahí comenzaron los problemas. Ahora lo veo con claridad, pero lo cierto es que a mis cuarenta y tantos no hace mucho que soy plenamente consciente de ello. Nada grave, no os asustéis. Solo el contraste entre las verdes praderas de la costa asturiana y el asfalto de un barrio castigado por el carbón y el acero.

Pero no solo había cambiado el paisaje, también cambió el trato con las personas, que se volvió más distante, cargado de juicios y prejuicios. Que si eres etarra, que si te llaman puta (perdón) los gamberros del cole, que si me burlo de ti y te asusto cuando vuelves a casa del cole. Que si hay “yonkis” en la calle y algunos viejos que te dicen guarradas.

Supongo que al fin y al cabo todo esto es bastante habitual en la infancia, o al menos lo era cuando me tocó vivirla a mí. Esta etapa de la vida forja tu carácter para siempre, aunque luego seas capaz de curarte las heridas. Y soy muy consciente de que la mía fue de color de rosa comparada con la de muchas de mis amigas. Tengo la suerte de tener los mejores padres del mundo y eso te permite superar cualquier obstáculo que se ponga por delante.

Pero habitual no quiere decir normal. Por si no os habéis dado cuenta, vivimos en una sociedad profundamente machista, y todas las mujeres tenemos que aguantar cosas que no son normales (escribo esto la semana de la sentencia de “la manada” y no puedo evitar hacer alguna referencia). Nada de esto es normal.

El caso es que mi pequeño trauma cambió mi carácter y me desvió de mi verdadera vocación. De extrovertida pasé a hipertímida, de apasionada por las flores y los pajarillos, a cerebrito embelesado por las estrellas y el firmamento. Quizá porque me apetecía marcharme lejos, a una galaxia donde hubiera menos preocupaciones. Así que terminé estudiando astrofísica y escondiendo mi timidez tras una fachada de dureza y sarcasmo (no faltaron los años de hacer piras y escuchar heavy, por si os queréis echar unas risas 😀 ). La clásica adolescencia rebelde en una chica a la que todo esto en realidad no le pegaba nada (y que conste que me sigue encantando Metallica, yo también tengo mis pequeños vicios).

A partir de ese momento entro en lo que yo llamo “la rueda infernal del desarrollo académico”. Siete años para terminar la carrera (ya os he dicho que no estudiaba mucho) y seis más para terminar el doctorado (aquí la culpa no la tuve yo, sino el putrefacto sistema académico español, que utiliza a los becarios doctorandos para sacar adelante la gloriosa ciencia española con mano de obra barata).

Cuando leo mi tesis en abril de 2008 estoy cansada, asqueada, enferma y triste. Menudo gran logro. Pero, como le escuché decir una vez a Prince Ea (si entendéis el inglés os lo recomiendo), la enfermedad es necesaria, es lo que nos ayuda a darnos cuenta de que algo anda mal. Y cuánta razón tiene. Ese año comienzo a investigar sobre un desajuste hormonal que padecía (SOP) y descubro a la Fundación Weston A. Price. ¡Pam!

Menuda bofetada a mi sistema de creencias. ¿Qué la grasa saturada no es mala? ¿Que los cereales de desayuno y la leche desnatada ultrapasteurizada son veneno? ¿Que las vacunas pueden provocar enfermedades? ¿Que las bacterias de mis intestinos pueden provocar depresión? ¿Que los empastes de mercurio te matan lentamente? ¿Que la comida que hay en el súper, esa envuelta con colorines y llena de slogans prometedores, es una auténtica mierda?

En definitiva, que todo aquello en lo que confiaba, la sacrosanta ciencia que todo lo sabe y todo lo puede, de la que además formaba parte orgullosamente con mi título firmado por el mismísimo rey Juan Carlos (¿qué pinta este señor en mi expediente académico?), me había estado engañando desde que tenía uso de razón. Y lo digo así a lo bestia sabiendo que hay numerosas y evidentes excepciones, pero ya me entendéis (o espero que lo queráis hacer).

Lo cierto es que no reniego de la verdadera ciencia. De lo que reniego es del academicismo prepotente e hipócrita que, me atrevo a afirmar, nos está llevando a la ruina. Las muestras más preocupantes de esta nueva inquisición en nuestro país (en esto de la inquisición siempre estamos a la cabeza) se encuentran en webs como “Los productos naturales, ¡vaya timo!” de J. M. Mulet, autor de numerosos libros de cuyo nombre no quiero acordarme, o “Gominolas de petróleo” de M. A. Lurueña.

Ambos son ejemplos manifiestos de lo increíblemente obtuso y engreído que puede llegar a ser un académico con todos los títulos disponibles en el catálogo. Y nos os enfadéis conmigo J. M. y M. A., seguro que sois bellísimas personas. Pero en lo que se refiere a ciencia, alimentación, salud y, simplemente, sentido común, no tenéis ni pajolera idea (yo era como vosotros, creedme, sé de lo que hablo, no es más que un efecto secundario de la sobreexposición a profesores de universidad, mezclado con un poco de ego).

El caso es que gracias a mi pequeña crisis (ya sabéis eso de que toda crisis se puede entender como una oportunidad), me adentré en el mundo mágico de los herejes disidentes y nunca he vuelto a mirar atrás.  Y esto me lleva a enero de 2013.

En aquel entonces yo vivía en California (seguía enredada en la “rueda infernal” como científica en un laboratorio) y fui a una conferencia en Grass Valley donde Joel Salatin impartía un taller. Ya nos acercamos a la moraleja de esta historia.

Como se suele hacer en este tipo de eventos, se vendían libros de Joel y este los firmaba. Yo me había comprado un ejemplar de “The sheer ecstasy of being a lunatic farmer” (El puro éxtasis de ser un granjero lunático) y estaba deseando que me lo firmara. Llevaba ya varios años siguiendo su trabajo y sentía una gran admiración por él. Tan grande que la tímida que hay en mí no me dejaba acercarme. ¿Y si no te sale nada en inglés? ¿Y si te pones colorada? ¿Y si quedas como una idiota? ¿Por qué va a querer hablar contigo alguien como Joel? Bla, bla bla.

Sé que es una inmensa tontería, pero recordad que desde el principio os he dicho que no pretendo aparentar nada con este artículo. Soy como soy, con todas mis imperfecciones (que son muchas).

Finalmente, tras varios minutos de pensármelo y ver como pasaba gente y más gente con sus libros, a los que Joel saludaba amablemente, la ansiedad dentro de mí crecía y crecía, hasta que finalmente decidí que no iba a pedirle que me firmara el mío.

Ohhhhhhhhhhhhh. Lo sé, qué chasco.

Y la historia podría haber terminado aquí, y ahora tú no estarías leyendo esto. Potente, ¿eh?

Una vez tomada esa decisión, y gracias a todos los cielos, empecé a sentirme aún peor que antes. Siempre he tenido una máxima para decidir si hago algo o no. Me imagino que no lo hago, y si eso me hace sentir fatal, entonces está claro que tengo que hacerlo.  En una décima de segundo levanté el culo de la silla casi de forma involuntaria y me acerqué a la mesa donde estaba el granjero lunático.

Un saludo, una dedicatoria, y una pregunta después todo había terminado y yo me sentía “como un millón de dólares”. Y no porque hubiera saludado al sacerdote supremo de todo lo regenerativo, si es lo que estás pensando (Joel me cae muy bien, pero no lo considero un ídolo ni soy una fan). Me sentía bien porque había superado un miedo (uno tontísimo, pero miedo al fin y al cabo). Recuerda que llevaba impresa la vergüenza en mi psique desde muy pequeña.

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El caso es que salí de mi zona de confort con un pequeñísimo gesto, y desde ese momento hasta ahora, cinco años y cinco vueltas alrededor del sol después, mi vida no ha parado de cambiar, acercándose cada vez más a lo que yo quería que fuera.

Ahora cultivo mi huerto, vivo en el campo en una casa preciosa. Tengo gallineros móviles y coordino una plataforma online para apoyar la carne de pasto. Doy cursos de fermentación de vegetales. Incluso tengo un blog que casi no atiendo, pero en el que puedo decir lo que me dé la gana. Hay cosas que no tienen precio. Quizá otro día os cuente un poco más de cómo ha ocurrido todo esto.

He traducido “Esto no es normal” de Joel Salatin, y la semana pasada pude conocer de cerca, incluyendo desayunos, comidas y cenas, a la persona que, sin saberlo, me ayudó a dar aquel pequeñísimo primer paso. Y es que, gracias a la editorial Diente de León y a su deliciosamente lunática editora Ana Azcárate, Joel Salatin nos visitó para impartir una masterclass, y el destino quiso que yo fuera su traductora.

¿Mis impresiones sobre Joel? Bueno, lo cierto es que, aunque esperaba mucho de él, me sorprendió muy gratamente por su amabilidad, su humildad, y porque es gracioso como nadie. Son tres cualidades que valoro mucho, muy por encima de la inteligencia (que también tiene y a raudales). Fue un honor ser testigo de cómo brillaba la “joelidad” de Joel, desde tan cerca.

Venga, la moraleja.

La moraleja de esta historia no es que tengas que pedirle a Joel Salatin que te firme un libro, si es lo que estás pensando (bueno, Mulet y Lurueña si llegan a leer esto seguramente estén en este punto. Chicos no os preocupéis, podéis conseguirlo).

Tampoco es que si deseas algo muy fuertemente la vida te lo dará (¡y un churro!¡hay que currárselo!).

La moraleja es que salir de la zona de confort, aunque solo sea con un pequeñísimo gesto, insignificante para el resto de la humanidad, nos ayuda a avanzar hacia el lugar a donde queremos ir. Es eso de que “si sigues haciendo lo mismo de siempre, obtendrás los resultados de siempre”. Haz algo diferente. Cambia tu vida, poco a poco. Da el primer paso.

Nada de esto ocurre de la noche a la mañana, igual que no vamos a resolver todos los problemas del mundo con solo chasquear los dedos. Hace falta perseverancia, una cualidad que sí aprendí en mis años de científica. Con ella podemos convertir el mundo en un sitio mejor, sin violencia, sin mentiras, sin corrupción y sin egos exagerados.

Nota aclaratoria: Los personajes y hechos retratados en esta historia son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia. 😉

15 opiniones en “Cinco vueltas alrededor del sol y cómo Joel Salatin te puede cambiar la vida”

  1. Y tu sicoanalista qué te dice? Tal vez si te dedicaras a la narrativa…se ve que te gusta escribir , y además luces un gran ego para que te respalde!

    1. Querrás decir psicoanalista… lástima que el psicoanalista de Mónica no pueda relacionarse contigo que seguro que te hace falta pero es que la naturaleza y el buen rollo (que son el verdadero psicoanalista) no atienden a necios.

    2. Hola Luis,
      Bienvenido a Blog Disidente 🙂 Te agradezco el comentario y la sinceridad. Supongo que algo de lo que he escrito te ha herido, y por eso te pido disculpas. Nada más lejos de mi intención. Supongo que tiene que ver con mis críticas al sistema universitario/académico.

      Verás, me gustaría que no te lo tomaras como algo personal. No estoy criticando a las personas, si no al sistema que todos hemos creado juntos.Yo también he formado parte y tengo mi parte de responsabilidad.

      ¿Sabes cuál es uno de nuestros grandes problemas? (estoy convencida). No soportamos equivocarnos, por algún motivo esto es algo inaceptable en nuestra sociedad. Si ahora mismo un profesor de universidad, por decir un ejemplo, admitiera que el sistema educativo no funciona, sería como una derrota personal, se convertiría en un paria. Y yo me pregunto, ¿por qué? ¿Por qué no podemos admitir que nos equivocamos? ¿Acaso hay alguien en este mundo que no se equivoque? ¿Cómo vamos a solucionar lo que no funciona si no admitimos que no funciona?

      Así que Luis, lo único que estoy haciendo es intentar (seguro que no lo consigo al 100%) despojarme de todo eso y decirle al mundo: yo también la he cagado. Ya le consultaré a mi psicoanalista y si acaso te comento lo que me dice 😉

      Gracias de nuevo.

      1. Disculpa la tardanza en contestarte, es que recién vuelvo a visitar tu blog.
        Nada me ha herido, por qué habría de hacerlo?.
        Lo que pienses del sistema universitario o cualquier otro es cosa tuya. no tengo por qué opinar. La imaginación es muy fecunda para aventurar mis intenciones!
        Vuelve a leer lo que he dicho. Es muy simple.
        Y tenlo en cuenta, porque así eres y puedes crecerte por allí.
        Como decían los viejos: No hagas de un cuatro un cuatrocientos!
        Suerte.

  2. Querrás decir psicoanalista… lástima que el psicoanalista de Mónica no pueda relacionarse contigo que seguro que te hace falta pero es que la naturaleza y el buen rollo (que son el verdadero psicoanalista) no atienden a necios.

  3. Brava!!! Ya sé que no quieres elogios, pero necesito al menos agradecerte este otro gesto valiente y, por lo que veo, fuera de tu zona de confort. Que sepas

    1. ups… se me escapó un dedo veloz!

      Que sepas… que llegué aquí a través del bocashi preparado en la Huertina de Toni. Así que nuevamente mil gracias por la fórmula!! (Ya estoy en ello). Un abrazo mu gordo 🙂

      1. Hola Busgosa!
        Pues muchas «de nadas»!! Y bienvenida a este mi humilde blog. Sí, por supuesto que esto también ha sido salir de la zona de confort. Hay veces que sabes que tienes que hacer algo y punto.

        Vaya, vaya así que vienes de parte de mi querido Toni! Un ejemplo de lo que es el buen trabajo en youtube y redes sociales. ¡Pues gracias a él por conectarnos!

        Otro abrazo pa ti 🙂

  4. Hola, me he sentido tan identificado en lo que has escrito que no me he podido resistir en contarte mi experiencia personal! Desde niño sentí una especial fascinación innata por la naturaleza, y pronto supe que quería estudiar Biología. Recuerdo cuando estaba en el instituto y deseaba terminar ya con aquel bucle infinito de asignaturas y exámenes para por fin llegar a la universidad donde iba a empezar a disfrutar de estudiar lo que me gustaba. Pero al llegar a la facultad me topé de bruces con la cruda realidad y aquello no era para nada lo que me había imaginado, sino más de lo mismo. Nuestro triste sistema educativo me dio un sonoro bofetón y me puso rápidamente los pies en el suelo. Al final, más que nada por orgullo, terminé la carrera, pero ya no quise ni plantearme el doctorado aunque me encanta la investigación. Luego comenzó la ardua tarea de abrirme paso en un mercado laboral muy limitado para los biólogos, donde acabé sobre todo desarrollando trabajos como freelance. En 2008 la crisis me dio otro castañazo y me vi obligado a irme a vivir con mi pareja a la casa de mis abuelos en el pueblo, que llevaba unos años abandonada tras su fallecimiento. Y ahí, cuando yo pensaba que habíamos tocado fondo, mi vida cambió radicalmente. Empezamos a cultivar las huertas, tiempo después pusimos unas gallinas y más tarde llegaron las cabras. Y casi sin darnos cuenta estábamos produciendo tres cuartas partes de nuestros alimentos. En ello tuvo también gran parte de culpa «Nourishing traditions», que me hizo ver la importancia de la dieta tradicional en nuestra salud. Hoy me considero un orgulloso disidente de este sistema que lo corrompe todo, hasta la misma esencia humana. No creo que vaya a cambiar el mundo, porque pienso que ya estamos irremediablemente perdidos (por eso hemos decidido no tener hijos), pero por lo menos aspiro a que, en el breve lapso de tiempo que he tenido la fortuna de disfrutar de la vida en este planeta, mi presencia sea lo menos dañina posible. Un saludo!

    1. Hola Gustavo!
      Bueno, bueno, qué lujo de comentario!!! Muchísimas gracias, no sabes cuánto me alegra encontrar personas como tú que han encontrado su pasión produciéndose sus propios alimentos. Es brutal, de verdad.

      Conozco de hecho a varios biólogos/ingenieros agrónomos/licenciados en ciencias medioambientales a los que estudiar la carrera les produjo esa frustración de la que hablas. La visión académica de las ciencias de la vida es demasiado «mecanicista», citando una vez más al gran Joel Salatin.

      En fin, que puedo decir, que me alegro muchísimo de que hayas compartido tu historia, y que espero que sigas por ese camino que está claro que te hace muy feliz.

      Un abrazo,
      Mónica.

  5. Monica, me ha encantado leerte, y ademas, sabiendo que he compartido contigo una pequenna parte de la historia.
    Es verdad, la ciencia, mejor dicho, la investigacion, no es lo que a menudo se anuncia, y el sistema educativo… bueno, eso nos daria para un gran debate.
    En cualquier caso, me alegro que tomaras aquella decision y determinaras cambiar tu vida, buscando algo que te hace feliz.
    Porque… esta vida es muy corta para malvivirla!!!

    1. Hola Cris!
      Sí, jeje, tú fuiste testigo en primera línea de aquella bofetada en mi sistema de creencias, ¿te acuerdas de las comidas en el comedor donde te contaba todo esto? Hace la friolera de 10 años. Madre mía qué recuerdos. Las dos hemos visto de cerca cosas que demuestran de lo que estamos hablando. En fin, ya hemos pasado página, que es lo importante.

      Un abrazo muy fuerte,
      Mónica.

  6. Hola, llego hasta aquí a través de la maravillosa comunidad de WordPress. Aunque la temática de mi blog «El truco de mamá» no tenga que ver con la del tuyo. Indagando en otros post y en otros blogs me encuentro con éste. Atraída por su título «Cinco vueltas alrededor del sol…» y por tu cambio de vida. Con curiosidad me pongo a leerlo, y mira! Me siento tan identificada… por el equivocado sistema educativo y social que hay vigente y por la frustración cuando te ves inmersa en él, tan falto de sentido común. Mi vocación de maestra, que sigue latente en mí, acabó chocando de lleno contra la pared de la cruda realidad. También la educación se ve inmersa en tener que comulgar con cosas con las que no estás de acuerdo. Ya en mi carrera no quise pasar por el aro de colaborar gratuitamente como «mano de obra barata» a cambio de formar parte de un selecto grupo de psicopedagogía. Resultado: con todas las colaboraciones mi entonces profesora escribió un libro, sin ella mover un dedo. Y nos lo hizo comprar obligatoriamente para su clase. Es sólo un ejemplo de tantos otros. Así van las cosas académicamente… Gracias, me ha encantado tu post, muy sincero!

  7. Hola.
    Quiza te pase igual q a mi, diagnosticada hipotiroidismo, 11 años, tomando sintetica, niveles normales para la medicina convencional , meficos de atc. Primaria y un especialista endocrino.
    Y yo, sigo con los sintomas q con el tiempo se van agravando.
    Puedes recomendarme, especialistas fiables ?
    Grupos de apoyo e informacion
    Libros en español del dr D. Karrazian?
    Gracias por las traducciones a esos 3 programas donde le entrevistan, ayudan mucho.
    Nada mas
    Mi nombre Clara Adeva
    Saludos

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