Hoy en Blog Disidente vamos a dar un pequeño giro a nuestra trayectoria (la mía, Mónica para los que no me conozcáis, y la vuestra, esa audiencia en su mayor parte anónima que por el azar del destino acabó leyendo las traducciones y reflexiones de la que escribe). Hasta la fecha siempre hemos hablado de temas “serios” relacionados con la agricultura, la ganadería, la alimentación, la salud, y por qué no decirlo, la frustración de vivir en un mundo donde el conocimiento está aprisionado entre barrotes hechos de publicidad malintencionada e intereses económicos. Ser disidente conlleva una buena dosis de sufrimiento y malestar general, como la gripe. Lejos de querer vacunarnos, los disidentes nos enfrentamos a esta realidad con esa esperanza que es lo último que se pierde. Por eso la mayoría de las entradas que publico no son precisamente “la alegría de la huerta”.
Pero hay luz al final del túnel, y momentos para disfrutar de las cosas bellas. Y en este caso nos llega uno de la mano de Quique Pastor. Si sois fieles seguidores de este humilde blog, sabréis que Quique me ha apoyado desde el principio. Siempre comentando, aportando su punto de vista con gran educación y positivismo, desde la experiencia del que practica la ganadería y no solo la evoca mentalmente, como hago yo. Por todo ello le estoy profundamente agradecida. Quique podría haber pensado que qué iba a aportar yo en estos temas que desconozco. O que qué pinta una urbanita recién transmutada en neorural dando lecciones sobre cómo gestionar y alimentar al ganado. Nada de eso sería reprochable. Sin embargo, en lugar de pensar así, Quique me sorprendió una mañana de reyes con un regalo sin igual, que hoy comparto con vosotros. Un cuento campestre.
Gracias Quique. Por estar ahí y por creer que podemos conseguirlo.
UN CUENTO CAMPESTRE, por Quique Pastor
Llegó con la transhumancia, unos extremeños que pasaban por allí se lo entregaron. Por aquella época era común tener criados que ayudaban en las tareas del campo.
Y ¿cómo se llama?
Como yo, dijo el extremeño, riéndose mientras abandonaba la finca sobre una vieja yegua.
Bernardo el Navero tenía un transistor, protegido por una dura funda de cuero, que le hacía compañía en las largas horas de soledad en el campo. Había oído que algunos personajes famosos de la radio se llamaban Toni, y le pareció un nombre resultón para el pequeño.
Al principio Toni se quedaba en el caserío junto a María. María había vivido en una casa de una gran finca de caza, sus padres eran guardeses junto al cordel. Apodada la Pinta, era conocida por sus generosos pechos, lo cual turbaba a los zagales, que con extraña frecuencia perdían chivas por la zona.
Ya se sabe que los hombres de campo tienen especial fijación en las ubres.
El padre de María, el Chano, era conocido por su mal carácter y sus cartuchos de sal. Bernardo había sido el único que tuvo arrestos para plantarse ante el Chano, cuadrarse delante de él a menos de medio metro, plantar el garrote frente a su escopeta y sin dejar de mirarlo a los ojos, le dijo que se conocían de once años de pasar por la cañada, que era hombre de provecho y le pidió ennoviar con su hija ya mismo.
Apenas había pasado un año de la llegada de Toni, cuando Bernardo decidió llevárselo al campo. Al principio recorridos cortos y sin alejarse mucho, no sea que fuera a extraviarse.
Pero Toni enseguida se aprendió las veredas, las lindes, los aguaderos, a cuidar de que el rebaño estuviera siempre junto y no se atajara, a vigilar cuando alguna oveja paría y se acercaba el zorro al olor, a conocer el careo del ganado y no tardó en cuidar el rebaño él solo. Bernardo y Toni trabajaban y disfrutaban juntos, como cuando en verano, aprovechando que el ganado estaba acarrado y se echaban buenas siestas bajo los fresnos.
Pero llegó la edad en que Toni sintió la llamada de la naturaleza y una mañana Bernardo lo echó en falta. Toni no acudió hasta la tarde del día siguiente y el encuentro entre ambos no se les olvidaría en la vida a ninguno de los dos.
El Navero le regañó, le espetó que si valía para irse de fiesta también había que valer para madrugar, y le dio un golpe con el garrote, la única vez que le pegó en su vida y poco tiempo después Bernardo también se arrepintió de ello.
Pero Toni se hacía mayor, se había hecho fuerte y ágil, y volvió a abandonar el caserío con noche de luna llena, incluso faltó alguna vez a la hora de soltar el ganado. Sin embargo el pastor se hacía el despistado o como mucho rezungaba y le echaba en cara que si echaba en falta una borrega o que se habían atajado, o faltaba alguna a parir.
El trabajo de ambos era rutinario, pero disfrutaban de lo cotidiano. Si se terciaba cazaban algún conejo a garrote, Bernardo lanzaba el palo a retortero y Toni, ágil como gacela corría a recoger el gazapo antes de que éste, aturdido por el golpe, se metiera al vivar. Después el Navero lo desollaba y lo asaban en el mismo campo, eso sí había que echarle unas ramitas de cantueso y la sal que llevaba envuelta en papel de estraza dentro del zurrón. Había veces que no dejaban ni los huesos.
En cierta ocasión, estaban los americanos construyendo la base espacial, y uno de ellos pasó con un Chrysler y golpeó a una oveja que había en la cuneta. Bernardo se encaró con el americano, que resultó ser un ingeniero de Madrid, porque entendía todos los tacos e improperios que el pastor le dirigía. La discusión fue a más; que si sólo iba a 70, que si aquí en el campo nadie va a esa velocidad, que si tienes que tener el ganado cerrado, que si pa qué tanta prisa con lo largo que es el día para hacer tareas. Cuando parecía que iban a llegar a las manos, Toni dio un paso al frente, se abalanzó sobre el ingeniero y lo hirió.
Cientos de veces se lo recriminó después Bernardo a Toni: caro nos salió lo del americano, la borrega muerta y el juez me sacó los cuartos, 5000 pesetas. Aunque merecido lo tenía el cabrón, sólo lamento no haberme echado yo a por él. Y acababa con una risilla socarrona, y si no te agarro y te quito de encima del americano, te lo cargas. Toni sin decir nada, levantaba las cejas y miraba a Bernardo con gesto cómplice.
En otra ocasión Toni sorprendió a una jabalina que volvía hacia la zona de monte ciego, tras aproximarse a la majada con las primeras bellotas de otoño. Toni corrió tras ella y consiguió separar a un jabato que se refugió en un matorral. Como había varias salidas, avisó a Bernardo, quien tapó algunas de ellas y entre los dos atraparon al lechón. Bernardo, diestro con la navaja, resolvió con rapidez (plash).” Cuando la muerte está a la vista, cualquier demora es sólo sufrimiento”, sentenciaba Bernardo con una frialdad que daba miedo.
Esa noche (y las dos siguientes, que María sabía condurar las cosas) fueron fiesta en la majada. Qué delicia de carne, qué caldos los de María. En casa no es que pasaran hambre, pues nunca les faltó que comer, pero la merienda se repetía con frecuencia, aunque a Toni no le desagradaba comer tasajos todos los días. Disfrutando del lechón recordaron la última vez que hubo fiesta, fue una ocasión en que un mercancías que iba para Valladolid descarriló un vagón lleno de naranjas. Un mes comiendo naranjas, aunque a Toni, que las probó recién caídas del tren, no le acababan de convencer, donde va a parar, comparado con un tasajo del palo humero.
Con el paso de los años Toni empezó a perder viveza y renqueaba de las piernas. Ya se sabe que la gente de campo que anda con ganado, lo da de los huesos. La cosa fue a más y ya por las noches María le dejaba dormir en casa y lo arropaba con una manta tirana.
Tras el otoño la cosa no hizo sino empeorar, Toni era ya incapaz de seguir al rebaño y esperaba apesadumbrado a Bernardo en la majada, que por la noche al amor de la lumbre les contaba a él y a María las novedades; que si tal oveja trae mal parto, que si el viento gallego está dejando el campo negro, en fin, las cosas importantes de la vida.
Una mañana de Diciembre, con los primeros hielos severos, Toni bajo la manta apenas si movía sólo los ojos y ya no quería comer, Bernardo se temía lo peor y a la tarde, antes del ordeño, María le confirmó sus malos presagios.
Decidió que él mismo cavaría la tumba y sería enterrado allí mismo, donde había vivido. Eligió un lugar visible desde la casa y por donde pasaban las ovejas cada mañana. Como el pastor no era muy religioso, pensó que no pondría cruz ni señal alguna. Total, él sabía perfectamente dónde quedaba enterrado, junto a la encina grande de bellotas dulces que hay yendo a las salegas.
Madrugó más de lo habitual, atalantó al ganado y sin ir a casa a comer las sopas de leche como hacía cada mañana, se dirigió al lugar elegido. A pico y pala fue hoyando la tierra. A cada golpe sobre el suelo helado dejaba escapar golpes de rabia y sin tregua acabó la fosa y enterró a Toni.
En el último momento se le escaparon algunas lágrimas, pero apretó labios y dientes y retuvo el resto. Total esas lágrimas saltaron solas, él no las dejó caer, los hombres no lloran.
María la Pinta lo observaba discretamente desde la casa, sabía que no era el momento de consolar al Navero, total lo conocía como si lo hubiese parido, desde hacía 40 años y más de 30 juntos. Ya se sabe que los hombres de campo ni lloran ni entienden de remilgos ni ñoñerías.
Acabada la tarea se recostó sobre la chaparra y se dejó caer resbalando hasta apoyar el culo en el suelo. Bernardo empezó a llorar, fue para él como un hijo, el hijo que nunca tuvo. Ya se sabe que la gente de campo que no valemos para tener hijos, somos muy consentidores con los animales.
Bernardo se desplomó y lloró, al diablo con las lágrimas, da igual si saltan solas o si las dejo caer yo, era como un hijo, nunca tendré un perro tan bueno como este.
Y recordó cuando Antonio el Extremeño sacó el cachorro del serón de la yegua, y cómo lo ponía a dormir en el corral junto a las ovejas, y la primera vez que Toni se fue a perras y Bernardo pensaba que ya no volvía, el conejo con tomillo, a María curándole las heridas (en esas ocasiones sólo ella podía acercarse)… y cuando Toni mordió al americano…
Bernardo sintió el sudor en la espalda, el frío del suelo pegado al culo y lo salado de las lágrimas que llegaban a las comisuras de los labios. Y por fin, tras casi tres días con una presión que le apretaba el pecho y apenas lo dejaba respirar, Bernardo pudo dar una bocanada de aire frío y esbozar una sonrisa.
Joder, que se me caen las lágrimas y yo no lloro.
Hola Jesús!
He de admitir que a mí se me humedecieron los ojos al terminar de leerlo, jeje.
Saludos,
Mónica.
Lindo! Quem não teve um cão companheiro…não há como conter as lágrimas.
Tínhamos um Border collie: Rudolph -hermoso perro y muy trabajador con ganado, ovejas y gallinas…
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Gracias Schuch!
Gracias Mónica, gracias Quique!!!!
Entrañable historia. Sobran las palabras.
Gracias a ti Txema. Me alegra mucho que te gustara este pequeño experimento…
Ponemos sección de relatos en Blog Disidente? 🙂
Mónica.
¡¡ Quique, un entrañable cuento ¡¡.
Y tú como yo, como todos los que hemos pasado y pasamos los días en el campo, cuidando de nuestro ganado mientras pastan, sabemos la compañia que nuestros perros nos hacen y lo que llegamos a hablar con ellos.
Gracias por hacerme recordar TODOS los que conmigo han compartido, y que varios ya nos estan.
Un saludo.
Antonio.
Hola Antonio!
Gracias por tu apoyo. Esos perrillos, qué buenos que son y cuánto nos acompañan.
Salud,
Mónica.
Quiqueeee!!!
Vaya cuentazo tan bonitoooo!!!
Maravillosamente escrito, hermoso vocabulario y trenzado de palabras y sensaciones… qu arte que tis….!
Gracias Quique por crear y gracias Mnica por compartir!
xx
Hola Ana!
Bienvenida a Blog Disidente 🙂
La verdad es que ha sido un honor poder compartir esta bella historia de puño y letra de Quique. Seguro que le encantará ver todos vuestros comentarios. A ver si se anima a decirnos algo, jeje.
Vuelve por aquí compañera!
Mónica.
Bueno, tengo extrañas sensaciones, la más llamativa es que siento un poco de pudor al verme en el blog de Mónica y con mi foto al lado de la de Salatin.
El cuento no tenía más pretensiones que el divertimento personal y el poderlo compartir con unos poquitos amigos, entre ellos Mónica, que se empeñó y me convenció para publicarlo.
El relato es una ficción como cualquier obra literaria o película, pero evidentemente incorpora elementos reales de una cultura campesina que se está destruyendo, especialmente en los últimos 50 años.
No pretendo criticar ni defender nada, y las culturas tradicionales no por ser parte del pasado son siempre idílicas. Pero tal vez pudiéramos dejar en los libros de historia y antropología algunas costumbres como formas de trato vejatorio con los animales o la estructura familiar machista.
Y recuperar algunos valores tradicionales de la cultura campesina como el profundo conocimiento y arraigo al terruño, el sentido estético de la arquitectura popular (tapias, puentes, pajares, terrazas…) o el orgullo y la dignidad campesina, y traerlos de vuelta a esta agricultura a la que ponemos tantos adjetivos (ecológica, orgánica, regenerativa… )y que algún día sea simplemente agricultura, con mayúsculas.
Un entrañable saludo a todos los que compartís este magnífico blog.
Quique Pastor
Hola Quique!!
No quiero agravar tu pudor diciéndote demasiadas cosas bonitas…. pero tú sabes que aprecio mucho tu contribución, que en mi opinión no desmerece en nada frente a las de Salatin.
¡Por esa recuperación de los buenos valores tradicionales! Chin chin.
Saludos entrañables para ti también.
Mónica.
Sin duda, es un cuento de los que emociona y conmueven. A mi me ha hecho recordar a Lali, mi perra boxer que me acompañó en mi niñez y a la que tanto quería. Murió atropellada por un coche o camión, aún recuerdo como llegó a nuestro antiguo campo arrastrándose durante varios kilómetros después de ser arrollada. Que gran corazón y que nobleza tienen los animales que dan tanto y piden tampoco.
Gracias a Quique y a Mónica por compartir tan bello cuento.
Saludos,
Fran.
Hola Fran!
Perdona por tardar tanto en contestar… he tenido una semana movidita, jeje.
Me alegra que te gustara el cuento de Quique, y siento mucho lo de tu perrita.
Salud,
Mónica.
No te pongas etiquetas, que ya se ocupan otros de hacerlo con gran ignorancia. Sencillamente has cambiado de lugar para vivir y llevas, seguro, contigo un vagaje que dificilmente podran atesorar los que te consideren neo o lo que sea. Salud
Hola Paracelso!
Muchas gracias por tus palabras, tienes razón, basta de etiquetas!
🙂
Salud,
Mónica.
La historia es hermosa, pero además está bien contada, incluso con sus puntos de humor…No debes sentir verguenza ninguna por verla publicada, además en este foro en que todos te entendemos…bellísimo.
Hola Gema!
Disculpa que no te he contestado apenas a ninguno de tus comentarios… he estado demasiado liada estos días. Pero que sepas que me hace mucha ilusión que te hayas pasado por aquí y sobre todo ver que te interesa.
Gracias!
Mónica.
¡¡Precioso cuento!! Muy emotivo. Ha sido muy evocador para mí, he revivido mis experiencias con mi propio perro OTTO, al que tanto quise y aún quiero. La gente que no tiene perros, desconoce de la gran comprensión emocional que estos animales tienen. Ellos saben si estamos tristes, con penas, con enfermedades. Si nos ven mal, apoyan su cabeza contra nosotros, nos dan lametones y, con su patita a modo de golpecitos llaman nuestra atención, como diciéndonos, _” eh, amigo(a), aquí estoy contigo, si quieres puedes apoyarte en mi hombro para llorar, abrazarme o lo que quieras, podemos dar un paseo. No estés triste amigo(a), que no estás solo”.
Por tópico que parezca, a menudo nos demuestran qué son mejores que nosotros. El trato con ellos nos hace mejores personas, nos humaniza.
Gracias Mónica por compartir este cuento con tus lectores, que «cada vez somos más». Felicidades y gracias también a ti Quique, por escribir este hermoso y emotivo cuento.
Aprovecho para animarte, yo también, a seguir escribiendo cosas tan bonitas.
Amaia
Hola Amaia!
Muchas gracias por tu comentario y por formar parte de ese grupo de «nuevos lectores». Todo un lujo:)
Y sobre todo gracias por tus palabras hacia Quique, se las merece.
Un saludo!
Mónica.